Agravio


   El manto de diamantinos cristales de agua congelada se tornó carmesí a su alrededor mientras intentaba, en vano, sostener el peso de su cuerpo. A diez pasos, Lord Percival había sido más certero. El idiota que osó desafiarle  murió pensando que su afrenta quedaba impune. Sonrió satisfecho sin saber que quince días después moriría por la infección de la herida en su brazo.

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