Recordando sin ira.
Cogió su equipaje
y subió al vehículo. Se había jurado a sí mismo que no
iba a volver la vista atrás. El resto de los hombres permanecieron allí, sin
decir una sola palabra. Sus miradas expresaban más que cualquier palabra.
Consideraban a Joan
un tío con suerte. No es que las cosas estuviesen demasiado feas, pero la
situación se había vuelto un poco tensa al acercarse unas fechas tan señaladas.
El viaje duraría casi un día hasta llegar al aeródromo y el vuelo varias horas.
Tan sólo la idea de volver a casa hacía el trayecto más soportable. Aquellos
hombres, jóvenes, chicos, niños...
Tan sólo somos
niños, pensó
Joan mientras el transporte se alejaba lentamente y sus compañeros se hacían
pequeños, involucionando en la distancia hasta alcanzar el tamaño de
infantes y, poco después desaparecer en la lejanía.
Joan apoyó su
cabeza en el cristal pero pronto desistió de permanecer contra la ventana
debido al traqueteo del vehículo. Inclinó su cabeza al lado contrario y cerró
los ojos sin prestar atención al paisaje que se extendía hasta el infinito.
Odio el naranja, no podía desterrar ese
pensamiento. Habían bastado solo seis meses y estar rodeado de infinitas
tonalidades de naranja para aborrecerlo. También el rojo.
Aunque era un color
navideño, a Joan solo le provocaba pesadillas. Dando vueltas terminó por
quedarse dormido. Soñó. Nada bueno. Todo era rojo, y eso aterrorizaba a Joan.
Intentó controlar sus malos sueños, alojó una imagen persistente de sus seres
queridos. Solo harían falta unas horas para volver junto a ellos. Para oler de
nuevo el bizcocho de Mamá y aquellos cigarrillos de vainilla que Papá se
empeñaba en encender argumentando que esos eran sus "cigarrillos de
navidad". Dejaban toda la casa oliendo a natillas. En el salón estaría Fany peleándose con las guirnaldas y los adornos de infinitos años que se
han ido acumulando a lo largo de generaciones. Una vez colocados en el
árbol, formaban un paisaje de ecléctica Navidad, que iba desde los sesenta hasta
las más modernas luminarias de LED que Mamá había comprado
"para ahorrar" y le habían costado un ojo de la cara.
Aquello relajó el
sueño de Joan y respiró tranquilo acurrucado en el sillón del transporte. Las
pesadillas quedaron desterradas, sepultadas bajo infinidad de recuerdos que se
agolpaban en su mente. Le alejaron de la realidad que se desarrollaba a su
alrededor, ajena a las fechas que se acercaban.
Las Navidades no
significaban lo más mínimo allí donde se encontraba. De hecho, era el lugar
menos apropiado para celebrarlas. Dormía profundamente a pesar del ruido.
Estaba tan sumido en su sueño que no escuchaba la llamada de atención del
conductor. No conseguía despertarle.
Se soñó entrando en
casa, todo se parecía a aquel anuncio de turrones que se empeñaban en repetir
cada navidad desde que Joan podía recordar.
Lo ponen desde
que yo era un niño, podrían renovarlo ¿no?, era el comentario que su padre hacía todos los
años. Pues si que es viejo, le decía Estefanía a modo de maldad. Y
entonces empezaba una divertida lucha que siempre terminaba en el sofá
haciéndose cosquillas, mientras Mamá observaba con su mirada inquisitiva y
lanzaba al aire su archiconocido Terminarán haciéndose daño...
Esa última palabra
retumbó como una explosión en su cabeza. Durante los últimos meses
"daño" y todos los sinónimos de "dolor" formaban parte del
vocabulario común de Joan y todos sus compañeros.
¿Como se supone que
iban a ayudar si lo que ellos representaban históricamente no se asociaba con
otra cosa que no fuera el dolor?
El conductor seguía
gritando y Joan continuaba durmiendo. En su cabeza se mezclaba el naranja y el
rojo, el olor a bizcocho, los cigarros de Papá y los gritos y maldiciones de
Estefania luchando contra las guirnaldas, las galletas de Abuela y el recuerdo
de Abuelo, que había fallecido un año antes por aquellas fechas; los colegas y
las chicas, las calles y las luces, las compras, regalos, las castañas, el
frío, la nieve, los paseos con Raquel, cogidos de la mano...
No había pensado en
Raquel hasta ese momento. Su piel, su olor a Agua de Rosas, su bufanda, su
gorro y los guantes a juego que le había regalado en su primer aniversario. Los
besos, las caricias, su sonrisa, el dolor...
Dolor no era la
sensación apropiada para tener asociada con aquellos recuerdos. De pronto todo
desapareció y Joan despertó sobresaltado por unos gritos. Los gritos del conductor
que intentaba despertarlo.
Y despertó, o eso
pensaba. Abrió los ojos pero no vio nada. Todo era oscuridad.
Sus compañeros
pensaban que Joan era un tío con suerte porque iba a volver a casa por Navidad.
Había superado los seis meses y era hora de volver. Pero ya no sería un
momento agradable.
No podría abrazar a sus padres ni a su hermana, ni siquiera
a Raquel. Ni ellos a él. Tan solo tendrían un féretro que acompañar y unas
condolencias de unas personas que hablarían de "héroe" y "ejemplo"
y de "deber". Palabras que Raquel nunca entenderá y que no consolarán
a su familia. Ni siquiera la expresión "labores humanitarias"
justificarían que no volviese.
No existen palabras paar justificar que una familia no vuelva a sentir la Navidad, como una época de
"paz y amor" para celebrar junto a los seres queridos.
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