Sol
Cansado, delgado
y ojeroso pero a salvo, me miré en el espejo. Vi un rostro que no reconocí como
mío. Era la cara de un hombre que había sobrevivido a una odisea en solitario.
Allí, tras de mí,
estaba el reflejo del hombre más insufrible del sistema solar. Levantaba sus
pulgares en un absurdo signo de complacencia.
Al volverme había desaparecido.
No le hablé a
nadie de él. Imagina el revuelo que podría causar: astronauta pierde el juicio
en Marte. Sufre “delirio marciano”, demencia espacial, Pandorum… No, prefería
obviar que mi cerebro, sumido en la más absoluta desesperación, había creado un
compañero imaginario. Un cronista de mi desdicha con el carácter más irritante
e insoportable que pudo recrear.
Un compañero que
aguijoneó mi ingenio y mis ganas de salir del aquel maldito planeta.
Mi formación,
conocimiento, arrojo y decisión fue lo que me salvó de morir en Marte. Pero en
mi corazón siempre quedará la certeza de que sigo vivo gracias a ese pseudo
escritor, cronista del desastre, fruto de mi delirio en soledad.
Gracias Richard.
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